Bruxismo
El término significa, literalmente, rechinar los dientes, y se empleó por primera vez en 1931. Sin embargo, ya desde principios de siglo hay registros de la bruxomanía. Su identificación y descripción tienen poco más de un siglo, pero la patología comenzó a ser realmente conocida hace unas décadas apenas. Sin embargo, se calcula que aproximadamente la mitad de la población mundial la padece.
Se presenta con la misma frecuencia en hombres y mujeres. Puede aparecer en la infancia en episodios aislados —se cree que podría ser parte del natural proceso de desarrollo y fortalecimiento de los músculos de la masticación—, pero suele manifestarse hacia los 20 años. Una persona puede sufrir episodios de bruxismo o volverse un bruxador crónico. La patología suele desencadenarse como consecuencia de anomalías físicas relacionadas con la oclusión, pero en la mayoría de los casos se debe a estrés y ansiedad. Puede remitir en cualquier momento, gracias a un cambio en los factores desencadenantes, pero suele hacerlo de forma espontánea en torno a los 40 años.
Tratamiento
El bruxismo debe atajarse cuanto antes para evitar sus peligrosas consecuencias. Dado que la causa suele ser psicológica, se recomienda trabajar el estrés y la ansiedad. Paralelamente se emplean métodos para minimizar los daños, como la elaboración de una férula de descarga y la infiltración de toxina botulínica, el único medio 100% efectivo para parar de bruxar al instante.
Aunque parece una patología relativamente inofensiva, el bruxismo conlleva graves riesgos para la salud y la estética:
Afecciones dentales
El rechinar de los dientes uno sobre otro produce un desgaste acelerado del esmalte, dejando el diente desprovisto de protección y más vulnerable al deterioro. Cuando esto sucede, los dientes se vuelven más propensos a las caries, tienen una mayor sensibilidad dental —al frío, al calor y al dulce— y corren el riesgo de romperse.
Además del desgaste de las piezas dentales, el bruxismo ocasiona descubrimiento de los cuellos —debilitando el agarre del diente y exponiendo el nervio— y ablandamiento de las encías —que conduce a la movilidad de las piezas y pérdida de dientes—.
Deformaciones
Aunque el caso de bruxismo no fuera lo suficientemente grave para ocasionar la caída de uno o más dientes, de todas formas tendría efectos estéticos sobre la sonrisa y el rostro. Debido a la presión a la que están sometidos y al debilitamiento de las encías, los dientes empiezan a moverse de lugar, deformando la sonrisa. Por su parte, el rostro cambiará ligeramente de forma con cada uno de estos desplazamientos dentales. Pero, además, la fuerza ejercida por las mandíbulas produce un ensanchamiento de la quijada y la aparición de mofletes.
Malestares
Como si estas consecuencias sanitarias y estéticas no fueran suficientes, el bruxismo también produce malestares más o menos molestos en quien lo sufre. Debido a la fuerza con la que se aprietan los dientes, los músculos del rostro se hallan fatigados. Quien sufre de bruxismo también puede sentir dolor al abrir la boca, hablar y masticar.
Además, nada en el cuerpo humano está aislado. Los músculos responsables de la masticación están conectados con el oído y el cuello. Por eso es frecuente que la presión del bruxismo los afecte, produciendo acúfenos —la percepción de sonidos que no provienen del exterior—, dolor cervical e incluso mareos y dolores de cabeza.